Muro de Berlín y jilgueros cantan su felicidad.

“(…)Se había adentrado en el sentimiento de la libertad de la huerta, del mismo modo que cayó en 1989 el Muro de Berlín para el nacimiento de una nueva Europa sin fronteras. –¡Ya estoy en la selva! –Abrió de par en par los ojos sonrientes, felices. –Es la huerta –le recalcó su padre–: con tomates, naranjas y limones. –¿Y esa melodía en los árboles? ¡Yo quiero ser músico! –Son pájaros cantores: jilgueros. Puedes acudir a las escuelas de educandos del pueblo y aprender solfeo. (…) (pág. 24) “(…) El jilguero toma sólo el aire que necesita y canta su felicidad. (…) (pág. 240)

Primavera en el Rift, simios y Sapiens. “(…) Una mañana de primavera, estallido de vida en su plenitud –hace siete millones de años en el valle africano del Rift, donde un chimpancé bajó del árbol y dio un salto en su evolución–, Quien nos creó… despertó y su decisión fue reunir a los simios. “¡Deseo que uno sea humano!”, propuso gracias a un sueño. Mudos, todas y todos se preguntaban con la mirada: ¿Qué es un humano? En sus cosas, despistado, Sapiens se excusó por llegar tarde a la reunión, pues desde el amanecer había intentado volar como el pájaro. “Soñé que un antepasado nuestro tuvo alas”. Oída esta ocurrencia, sonaron cien carcajadas: el gentío de simios se burló una vez más de él. Pero consumidos los instantes de cortesía, se escuchó el ultimátum divino: “¿Quién levanta la mano? ¡Hay voluntario o lo elijo yo!” Y entonces, sin saber para qué, Sapiens alzó la mano. ¡Y sonaron mil carcajadas! (…) (páginas 14-15)

Naranjal, reptil y luz de luna. “(…) Anochecía: se arrastraron las sombras por el naranjal semejándose al reptil. Ganaron terreno aliadas a la oscuridad. Mas la sabiduría de la luna, sutil, tomó de repente el relevo al sol para que prevaleciera la luz. Sonó el teléfono encima de la mesita. Miró la pantalla. ¡El número de Maya! Salió al pasillo donde sonaba una balada animosa de Elton John. Jorge sostenía el móvil con la mano derecha. Tenía la otra ocupada por la manzana que merendaba hacía unos segundos. (…) (pág. 201)

Mirada amenazante de serpiente cobra. “(…) –¡Qué prisa tienes! –Jorge le pidió calma–. ¿Y los gamusinos? –¡Volvamos a mi casa! (Otro desliz: se le escapó el posesivo -“mi casa”- en la presunta clase de desapego a lo material). –Maya lo miró con ojos de serpiente cobra–. ¡De esto, ni palabra! –mosqueada, quiso atar los cabos de su moralina hipócrita. –¡Maya, haz lo que quieras! ¡Si lo deseas: quédate! Te espero en la calle. (…) (pág. 220)

Hormiguitas responsables. “(…) Embelesado, Jorge descubrió a las hormiguitas, de la mano y en columna bajo sus pies, junto al portal. Cargaban grano para el almacén, en el caluroso mediodía de agosto y sed. Y llegó Pedro en la bicicleta, calzando sus alpargatas callosinas. A diario, también su padre llenaba la despensa. Impaciente hasta que lo tuvo al lado, tras regalar un besito, se atrevió a pedir: –¿Me llevas más allá del puente, papá? –¡Sube en la bici! Sube… ¡Sube antes de que nos llame tu madre! (…) (pág. 23)

Gacela, cabra montés y cebra elegante. “(…) Cada mañana, en sus miradas reconocieron al alma que tenían enfrente y que sentían aproximarse. La gacela se marchaba al trabajo con el brío de la cabra montés. Así es Malena. Cebra ágil y elegante, cuando se viste de blanco y negro. –Me voy al hospital. ¡Pasea por Bilbao! –Se despidieron en la plaza. –¡Yo preparo la comida! –intervino Gorka, solícito. –¡Disfruta de Bilbao! Algún día… te llevaré a Hendaia y al Iparralde. –¡Malena, tengo tiempo para cocinar y pasear! ¡Hasta luego! ¡Feliz día! (…) (pág. 317)

Silbos de ruiseñor enamorado. “(…) Salía ella hacia el trabajo, al amanecer, y él le lanzaba silbos de ruiseñor desde la terraza. Se casaron y hubo una segunda luna de miel. En la Ciudad de la Luz, París, ¡Tour Eiffel! Montmartre, Moulin Rouge, Place Pigalle, el funicular… (…) (pág. 100)

Abejas y fecundación. “(…) Abejas ávidas del dulce néctar de la miel, Malena y Gorka se hallaban en el pensamiento cuando él regresaba a su trabajo en Ibi. Soñaban bajo las sábanas, dormidos Gorka y Malena en sus camas, distantes cientos de kilómetros. Pero se sentían en el recuerdo de los dedos y las caricias. (…) (pág. 322)

Caracol y liebres en la pinada. “(…) Cual caracol ante las pisadas del senderista, confiando en la compasión humana, una cría de liebre cruzaba despacio ¡despacito! la calzada. Jorge levantó el pie del pedal y lanzó una vocecita: –¡Cuidado! ¡Busca a tu mamá! Las patitas de la cría avanzaban lentamente. (…) (pág. 265)

El avispero del lupanar. “(…) Apenas se intuía la salida, tapada por telarañas que colgaban del techo, cortinas fétidas, y por la ausencia de luz en aquel sucio ano de Lucifer. Había una cola larga, en la entrada a la caverna, y Jorge se encomendó al “¡dejen salir antes de entrar!” Al abandonar el avispero, Jorge vio la senda despejada. Jamás haría nuestro amigo lo que nunca quisiera que se supiese y decidió que contaría algún día la lección del lupanar. (…) (pág. 221)

(Ver las sección Plantas y Animales en el Índice anexo al final de la novela)

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